Quién no lo dijo alguna vez, a quién no se lo dijeron. “El sexo es algo maravilloso, y si viene con amor, mucho mejor”. No es poca la gente la que asegura que el sexo se disfruta más cuando uno está enamorado y nadie se atrevería a refutar la teoría. Pero parece que en los papeles no es tan así.
Según una investigación, casi la mitad de las mujeres encuestadas, unas 2000, aseguraron estar enamoradas de sus maridos, haberse casado por amor, pero no por sexo. El sexo que tuvieron con sus maridos no fue el mejor sexo. No es el mejor sexo. Y de hecho, esas mujeres no solamente aman a sus esposos, sino que además prefieren mirar una película o dormir antes de tener sexo con ellos, buena parte de las veces y también, por qué no, fantasear con un amante discreto que las enloquezca de placer sin que nadie se entere.
Es algo así como el lado insatisfecho de la satisfacción. Señores, señoritas, estamos hablando de mujeres contentas y felices, mujeres que están con el hombre que eligieron, mujeres que siguen eligiendo al hombre con el que están. Y no tienen mayores pretensiones. Y el sexo está ahí, ni siquiera como un lujo que se vuelve escaso pero siempre valioso, no, simplemente como algo más, que mucho no emociona y que mucho tampoco importa.
Dicen que ahí hay amor y dicen que el amor no trajo consigo el mejor sexo, sino un sexo aceptable y punto.
En cambio parece que el mejor sexo sucedió de otra manera. Una vez sin querer queriendo, con alguien que comió y voló. Con un turista italiano en su breve paso por la argentina, que también voló de regreso a Europa. Con alguien con quien no compartían nada más que las ganas y hasta ahí. Y sobre todo, con alguien con quien no desearían tener una relación.
Así parece. Para algunas el amor está en casa, pero el buen sexo siempre está en otra parte.